Carlos Iradier Fidalgo, por Manuel Rincón
Cuando teníamos
siete años los dos, coincidimos en clase de Iniciación A. Rápidamente hicimos
amistad, pues éramos muy afines. Le recuerdo como un niño muy rubio, más bajo
que yo. Siempre estábamos juntos. Íbamos en la misma ruta, coche 5, y
compartíamos tebeos y charlas, para entretenernos. A veces en la cola del
comedor discutíamos sobre el valor de nuestros relojes de pulsera. Nuestros
gustos eran similares. Juegos de canicas y el clavo, combinados con las chapas
eran habituales en los ratos de ocio.
Los recreos
también los compartíamos, pues éramos malos en los deportes y preferíamos
pasear y hablar, lo que terminó uniéndonos más.
Compartíamos los
mismos gustos en tebeos, cine y lecturas.
Frecuentaba su
casa desde los 8 años, en la madrileña calle de Víctor Pradera 47, donde
siempre su familia (madre, hermanas –bastante guapas por cierto- y cuñado), me
trataron muy bien. Una de ellas se llamaba María Jesús. El no tenía reparos en
prestarme todos sus tebeos, pues tenía muchos más que yo. Muchas veces paseamos
por el parque del Oeste.
Su padre, alto
funcionario del INI, fumaba puros habanos y tenía coche con chofer. Pero Carlos era
sencillo y cercano y jamás alardeó conmigo de estas cosas y cuando venía a mi
casa, mucho más modesta que la suya, se comía tranquilamente los bocadillos de
mortadela que mi madre nos suministraba.
Nos escribíamos
cartitas en clase, y alguna vez D. Luis nos pilló, pero eso no interrumpió
nuestra amistad.
Juntos fumamos
los primeros cigarrillos, yo “bisontes” y él Marlboro. Y juntos fuimos a ver
las películas de Sarita Montiel.
Con él vi la
televisión en su casa por primera vez, cuando yo no tenía acceso a tal
artilugio.
En el escaso
tiempo que fui desplazado a 6º A bis, uno de los acicates para retornar a 6º A
era continuar estando en la misma clase los dos.
En el instituto
continuó nuestra amistad, y como puede verse en las fotos de clase siempre
estábamos juntos. No encuentro ya las fotos que le hice alguna vez.
Decidimos hacer
francés para seguir juntos, en 2º de bachiller, al igual que tuvimos siempre
claro ir por ciencias.
Compartimos
alegrías, de aprobar cursos, y también castigos por hacer las cosas mal, como
una expulsión de tres días por una pura tontería.
El se quedaba a
una clase particular con el Sr. Pepín pues en su casa se preocupaban porque no
fuese bueno en deportes.
No venía a las
excursiones no recuerdo porque razón, aunque yo le animaba a venir.
Hacia sexto fui
por última vez a su casa de Víctor Pradera. En Preu comenzamos a salir ya
menos, pues nos íbamos centrando en cosas diferentes.
Nuestra
despedida fue ya al terminar Preu, pues cada uno se marchó a su carrera.
Ya no le vi más
aunque muchas veces al pasar por su casa tuve deseos de preguntar por él.
Me había hablado
José Luis Cerdán, hace un año, de que
asistió a su boda, por lo que creí que pronto le vería de nuevo.
Esperando saber
alguna cosa de su paradero, puse su nombre en el buscador de Internet y me encontré
con la noticia de su muerte, hace ya 5 años.
Me llenó de
dolor, pues esperaba un próximo reencuentro, y me vinieron a la memoria las
imágenes de aquel amigo rubio y juguetón que para mí fue como un hermano tantos
años atrás, durante toda mi estancia en el Ramiro.
Le dedico estas
breves líneas, dirigidas a donde quiera que esté ahora. Gracias Carlos por los
momentos tan gratos que vivimos y compartimos, realmente irrepetibles.
Descanse en paz.
Su amigo, Manolo
Rincón
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